La era de la transformación digital se caracteriza por el uso de nuevas tecnologías de la información y comunicación (TIC) de la mano de la automatización y el impulso de novedosos procesos, modelos de negocio, necesidades comerciales, habilidades técnicas y ventajas competitivas en pro del crecimiento económico. Sin embargo, ¿es la innovación un escenario que piensa en las personas? Dicho de otro modo, ¿es el bienestar social, como postura ética, una arista cubierta por la innovación tecnológica?
Ciertamente, dicha transformación busca generar una mejor calidad de vida a partir de una economía suficiente y estable que pondera a la técnica como figura central en la mejora de procesos de negocio; es decir: el buen uso de herramientas en el sector empresarial puede impulsar de manera integral la calidad de vida de una persona. Pero, ¿este silogismo refiere a una persona cualquiera o bien, a una particular? Una persona que forma parte de la transformación digital, sin duda, podemos caracterizarla como alguien que posee habilidades tecnológicas, es decir, que en su día a día es capaz de realizar actividades, simples o no, ligadas al entorno digital. De modo que, para formar parte de dicha revolución, una persona debe desarrollar a la par habilidades y competencias que le permitan formar parte de dicho entorno.
¿Qué ocurre entonces con aquellas personas que, justo debido a su entorno, quedan fuera de dicha particularidad? ¿Cuántos entornos existen y de qué depende pertenecer al innovador? Porque, aunque la transformación digital pugna por la inclusión financiera, tecnológica y económica, en realidad, estas no son condiciones suficientes para asegurar la calidad de vida de las personas, menos aún, de todas las personas. Sin duda, existen entornos diversos, incluso antagonistas. Empero, ¿acaso las personas no podrían, al menos potencialmente, romper límites?
¿Qué hacen las empresas para evitar excluir? ¿Qué podrían hacer para innovar a la par de incluir? La automatización es uno de sus grandes pilares, en este proceso se muestra una de las ventajas más poderosas del uso de la tecnología. No obstante, esta es, aún, una visión parcelaria. Puesto que, si el fin es automatizar aquellos procesos simples, tediosos y repetitivos que representan mayor uso de tiempo, dinero, concentración, dispersión de la concentración y sapiencia humana; habría que compensar el factor humano que ha permanecido excluido e ignorado: el talento.
Qué tal que se diseñará tecnología y procesos pensando en cómo darle valor al talento, es decir, en lugar de pensar sólo en lo que da más, pensar en aquello que sería mejor, sí en términos de negocio, pero también como diseño de la mejor forma posible de vivir.
Consolidar una empresa, un modelo de negocio que diseñe y venda pensando en lo mejor y no sólo en más, supondría potencializar la genialidad, aptitud, facultad, destreza e inteligencia de las personas. Además, sería una empresa que educa al entorno, capaz incluso de diferenciar entre qué tipo de clientes tiene y cuáles querría tener, sería un lugar aspiracional para estudiantes y jóvenes que están en el momento ideal para alterar el mundo. Y es que, ¿Qué es innovar?, ¿poner un botón qué haga todo sin saber usarlo?,¿o esperar que un pisapapeles replique los movimientos de un gato? Innovar es alterar y, a usanza de la sabiduría griega donde el medio es lo que es, una herramienta y no un fin. Y, dado que se usa un medio para conseguir un fin, entonces habrá de ser cuidadoso y no confundir la meta con los instrumentos. Como tampoco igualar cualidades obvias, por ejemplo: entre un gato y un pisapapeles; entre vivir más y vivir bien.